martes, 23 de agosto de 2016

En los Alpes

Claudiqué a las 6:37. Estaba claro que la pareja que había tumbada a nuestro lado no se iba a volver a dormir, y que el chico seguía con ganas de comentar que estaba en un concierto por el que no había pagado. Empezaba a sentir un poco de mal humor y no me daba la gana, así que, intentando no hacer ruido para no despertar a los aún dormidos, me arrastré al pasillo llevándome el móvil, el libro y la chaqueta. Fuera me até las botas de montaña y salí de la cabaña-dormitorio, alegrándome de que ya hubiera dejado de llover. Recordé que el día anterior nos habían hablado sobre un mirador y lo busqué por donde creía que podía estar. Andé un rato hasta lo que me parecieron unas vistas bonitas del amanecer en la montaña, hice un par de fotos, volví a la cabaña-restaurante y me senté en la terraza. 
Apenas tenía batería en el móvil así que con el poquito internet que me llegaba escribí un whatsapp:
"Estoy en la terraza, cuando vengas m traes el cargador plissss?"

Abrí el libro y lo primero que vi es una anotación mía "Agosto 2008", así que 8 años más tarde empecé a lee de nuevo "El lobo estepario", de Herman Hesse.

Hacía fresco y en cuanto abrieron el comedor entré a desayunar, con la intención de beber un café leyendo y esperar la hora que faltaba hasta que a mi marido y a nuestros amigos les sonaran las alarmas. Pero al darme la vuelta para echarme café en la taza me encontré con mi marido, con los ojos llenos de legañas y una sonrisa en la cara por haberme encontrado. Beso de buenos días y un "dónde estabas?". 

No había leido el mensaje así que la batería del móvil seguía desgastándose, pero tampoco importaba mucho. Estaba en los Alpes, apenas había internet, y no tenía ganas de estar conectada a más que a la gente que había subido conmigo el día anterior los más de 1100 metros de diferencia.

- Cómo es que te has levantado tan pronto?
- La pareja, bueno, el chico, que había durmiendo en la litera de al lado ha estado desde las cinco y pico comentando que el resto de gente no paraba de roncar y tirarse pedos, y a ver yo los ronquidos y los pedos puedo aguantarlos, pero los susurros me ponen de mal humor así que... - me encogí de hombros - no pasa nada, me tomo ahora un par de cafés y me despejo. Además he visto el final del amanecer, así que no ha estado tan mal, mira.
Le enseñé la foto que he hecho tras la cabaña, y le gustó. Entraron nuestros amigos y aprovechamos para volver a desayunar con ellos, reirnos un rato del festival de pedos y ronquidos, e irnos despertando poco a poco.


Un rato más tarde ya habíamos recogido todo y estabamos bajando la montaña. La primera parte era sencilla, en sendero, pero enseguida nos metimos en el bosque, donde los palos me ayudaron a no resbalarme con las piedras y el barro. Nosotras ibamos tranquilas, hablando de todo y nada y riéndonos de nuestros maridos, que bajaban dando saltos y parecían más cabras que hombres. De tanto en tanto me paraba y les instaba a mirar el paisaje. Era impresionante. 

Les hablé de "El caminante sobre el mar de nubes", que me recordaba al paisaje que veíamos, y de por qué me gustan los cuadros de Caspar David Friedrich, que inspiran viajes y aventuras exóticas. 


El final de la ruta atravesamos el barranco del río, de nuevo espectacular, y mi marido y yo comentamos que traeremos a sus padres cuando nos visiten en diciembre. 

Comimos los bocatas preparados dos días antes, merendamos en la estación un trozo de tarta, y hora y media de tren después, llegamos cansados, felices, y con principios de agujetas, a casa.

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