Lo prometido es deuda, y además me apetece dejar constancia de el viaje por escrito, para poder volver en el futuro y recordar lo genial que fue.
En total han sido 3 semanas, 3 países, 7 alojamientos distintos, 8 vuelos y tropecientos mil recuerdos.
La primera estación del viaje fue Bangkok, en Tailandia, la última en decidirse, y qué pena hubiera sido no haberla incluido al final! Yo iba con la mosca detrás de la oreja por que mi única idea de la ciudad era la película "Resacón 2". Lo sé, muy cultureta, pero es que además había oído ya de mucha gente que no era una ciudad bonita, que nos la podíamos saltar. Ahora, después de haber pasado 3 días, y con ganas de volver en el futuro, me alegro un montón de haber tenido unas expectativas tan bajas, por que magnificó mucho más mi impresión de Bangkok.
Está claro que hay que adaptarse: es una ciudad muy grande, caótica, llena de gente, de coches, de motos, de puestos de comida apestosa,... y de templos, de budas, y de monjes. Nuestro hotel estaba en Chinatown, el barrio más caótico de toda la ciudad, y uno de los más alucinantes. Fue una inmersión en el sudcontinente asiático sin miramientos y en agua fría.
La segunda estación fue Siem Reap, en Camboya. El nombre de la ciudad no dice mucho, pero los templos de Angkor, que están a un par de kilómetros de distancia, son los que atraen a miles de turistas cada año.
De Siem Reap nos enamoraron dos cosas: El hostal en el que nos alojamos, y los templos. LOS templos, por que no es sólo uno como suele pensarse (al menos era lo que yo creía), si no que llegan a casi 300. Estuvimos dos días, el primero nos organizó nuestro anfitrión un tour con tuk-tuk por los templos "pequeños", que eran 6 y en los que estuvimos más de 10 horas, sin ganas de irnos. El segundo día llegó el plato fuerte: Angor Wat (Templo de Angkor), Angor Thom (ciudad de Angkor) y Ta Phrom (antiguo monasterio budista). Visitar el complejo de Angkor es una maravilla y en cada esquina hay un detalle nuevo con historia y belleza propias. A mí personalmente lo que más me gustó fue la mezcla de piedra y árbol.
En la meseta de Bolavén visitamos cascadas de 120m de caída y conocimos otra manera de llover, además de café de comercio justo y bichos con un canto tan intenso que parecían alarmas antiincendios. Todo en medio de un parque natural hogar de arañas tan grandes como manos.
En las 4000 islas del Mekong disfrutamos de paisajes fluviales, paseos en bici, ferrys de estabilidad dudosa, y la única piscina que catamos en todo el viaje (y que bien nos sentó).
En Champasak visitamos los templos anteriores a Angkor en bici y nos rendimos al modo de viajar en Laos: no se sabe bien como, pero al final todo acaba funcionando.
En Pakse nos dejamos mimar con masajes de pies, piernas, hombros y cabeza por 7€ la hora.
En Luang Prabang nos enamoramos de los faroles que alumbran el casco antiguo por la noche, de los bollitos de coco, de los restaurantes de herencia francesa, de el ambiente colonial patrimonio de la humanidad, del mercado matutino (lleno de cosas un poco peculiares para comer) y del mercado nocturno de artesanía, de las clases de yoga viendo atardecer junto al río, de visitar templos y templos, de los elefantes rescatados que pudimos montar y bañar, de viajes en barco por el Mekong.
Nuestro viaje empezó con mucha fuerza y fue pasando a aguas más tranquilas en Laos, dándonos todo lo que queríamos (cultura, naturaleza, tranquilidad, gastronomía,...) y mucho, muchísimo más.
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